Por Augusto Cáceres Viñas
Desde que Manuel López Obrador, expresidente de México, decidió inmiscuirse en la vida política del Perú el 7 de diciembre de 2022 —hace ya casi tres años—, las relaciones bilaterales entre ambos países han ido en picada. Aquella vez, declaró públicamente que al entonces presidente Pedro Castillo se le había dado un golpe de Estado, cuando en realidad ocurrió exactamente lo contrario: Castillo perpetro un cruento golpe, que costo mas de 60 vidas, contra la institucionalidad peruana.
El asilo otorgado a la esposa e hijos de Castillo, sumado a las constantes declaraciones peyorativas con las que descalificaron a la expresidenta Dina Boluarte y calificaron al actual gobierno peruano de “dictadura”, tanto por parte de López Obrador como de la actual presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, han llevado las relaciones entre Perú y México a su punto más bajo en toda la historia republicana.
Lo más llamativo de este sainete diplomático es el complaciente y socarrón respaldo que la izquierda marxista y el sector “caviar” del Perú muestran hacia las posturas de López Obrador y Sheinbaum. Las afinidades ideológicas les hacen perder toda perspectiva, sentido de nación y noción de patria.
Sin embargo, la actitud del gobierno mexicano, alejada por completo de la realidad peruana, revela algo aún más grave: una desconexión total de su propia realidad interna. Desde hace décadas, México se desangra bajo el dominio de los cárteles de la droga, que han infiltrado sus instituciones y doblegado al Estado.
Resulta casi grotesco el aire de arrogante superioridad con que la presidenta mexicana y sus funcionarios opinan sobre el Perú, tan circunspectos y engolados, cuando son incapaces de explicar o controlar lo que ocurre en su propio territorio.
¿Puede un gobernante pretender ser experto en la realidad de un país ajeno mientras ignora la tragedia que consume al suyo?
La presidenta de México y sus funcionarios han demostrado, de manera patética, que sí. Apenas 48 horas antes de que Sheinbaum opinara sobre el Perú, el alcalde Carlo Manzo, de 40 años, fue asesinado en Michoacán con siete disparos durante las celebraciones del Día de Muertos, frente a decenas de personas. Una escena que retrata la violencia cotidiana que desangra al país.
Sheinbaum mira la paja en el ojo ajeno y no la viga que tiene en el suyo. Porque:
Pero eso no es todo:
Y aún hay más:
Como colofón vergonzoso:
Los cárteles han infiltrado todos los poderes del Estado, al punto de que muchos analistas sostienen que México se ha convertido en un narcoestado.
El Perú tiene sus propios problemas —graves y urgentes—, pero debemos resolverlos nosotros, los peruanos, con esfuerzo, inteligencia y unidad. Toda ayuda sincera es bienvenida, pero lo que no necesitamos es la intromisión hipócrita de quienes carecen de autoridad moral.
El gobierno mexicano y sus políticos deberían mirar primero su propio desastre antes de pretender darnos lecciones de democracia o derechos humanos.
La hermandad y el afecto entre los pueblos peruano y mexicano siguen intactos, más allá de sus actuales gobernantes. Vale recordar un hecho que la historia no debe olvidar: en 1861, durante la invasión francesa a México, el gran presidente peruano Ramón Castilla no dudó en apoyar a la independencia mexicana, aun a riesgo de tensar las relaciones con Francia.
Castilla envió al poeta y diplomático Manuel Corpancho a México para reafirmar nuestro respaldo, gesto por el cual fue declarado Presidente Honorario de la Junta Patriótica de México. Fue un acto de solidaridad entre naciones libres, digno de ser recordado hoy.
Ojalá los actuales dirigentes mexicanos comprendan esa historica leccion; de dignidad y gratitud.
Fuente: CanalB
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