Opinión

La era del bipartidismo se acaba: los partidos patriotas redibujan la política europea bipartidismo

Publicado el 15 de julio de 2025

Por Santiago Carranza-Vélez, publicado en La Gaceta

 

Sobre las ruinas del viejo sistema partidista se erige el soberanismo

 

La escena se repite, pero el país cambia. Esta semana, en el Reino Unido, Jake Berry, el expresidente del Partido Conservador dimitió para apoyar públicamente a Reform UK. En España, mientras el PP navega en el vacío y el PSOE sigue atado a sus pactos con el separatismo, VOX escala al 19 % en el último sondeo, consolidando su posición como la única oposición real al bloque globalista. En Portugal, Chega superó al PSD y quedó como segunda fuerza nacional en las elecciones de marzo. En Praga, tanto el SPD de Tomio Okamura como el movimiento ANO de Babiš marcan los ritmos de una Chequia que ya no cree en el europeísmo tecnocrático. Los ejemplos así de ruptura del bipartidismo tradicional, en todo el continente, sobran.

 

No son episodios aislados. Es una ruptura sistémica. Un reordenamiento de la política europea que está acabando con un ciclo histórico: el de la alternancia sin alternativas, el del bipartidismo como religión de Estado, el de la ficción de dos partidos enfrentados que votan lo mismo y gobiernan en la Bruselas de Von der Leyen.


El viejo clivaje izquierda-derecha, que durante décadas estructuró las democracias del continente, ha perdido toda capacidad explicativa. Hoy los pueblos europeos votan en torno a otra disyuntiva: globalismo o soberanía, sumisión o libertad, civilización o disolución. Y los partidos que entienden esa transformación —los Chega, los Reform, los VOX— no solo crecen: derriban un modelo.

 

Del bipartidismo domesticado al desmoronamiento continental


Durante más de medio siglo, Europa estuvo gobernada por una lógica de equilibrio coreografiado. Los socialdemócratas y los conservadores moderados se turnaban en el poder, compartiendo una misma cosmovisión: europeísmo acrítico, mercado sin nación, progresismo cultural, dependencia energética, fragmentación identitaria. El resultado fue una política sin alma y sin pueblo.

 

Esa arquitectura, que prometía estabilidad, terminó produciendo hartazgo. Las élites tecnocráticas tomaron el mando, las decisiones se alejaron de las urnas, y las mayorías nacionales comenzaron a sentir que no elegían nada esencial cada vez que votaban.

 

Lo que vemos hoy no es una «crisis de confianza», como dicen los editorialistas del viejo régimen. Es una reacción histórica del cuerpo político europeo contra el vaciamiento ideológico, la corrupción moral y la rendición cultural. Es la revancha de las mayorías silenciadas durante décadas. Y sus instrumentos son partidos nuevos, agresivos, identitarios, desacomplejados, y cada vez mejor organizados.

 

La lógica de la ruptura: no es protesta, es sustitución


Una parte del establishment intenta leer este fenómeno como una ola de “populismo reactivo”, de ultraderecha. Se equivocan. Lo que está ocurriendo en Europa es mucho más profundo: estos partidos están reemplazando a los viejos actores del sistema, aunque enfrentárseles cueste muy caro.

 

La victoria cultural y simbólica de estas fuerzas reside en que han comprendido lo esencial: el problema no es la gestión, es el marco mismo del sistema globalista. Por eso sus propuestas no se limitan a ajustar presupuestos o redactar reformas marginales. Proponen otra visión de nación, otra forma de pertenencia, otro lugar para lo espiritual y lo identitario.

 

Ya no se habla solo de economía o tecnocracia. Ese consenso murió. Se habla de quién somos, qué defendemos, y hasta dónde estamos dispuestos a llegar para que nuestros hijos vivan en una patria reconocible.

 

Del colapso británico al terremoto ibérico


En Reino Unido, el hundimiento de los tories es el mejor ejemplo. Un partido histórico, columna vertebral del parlamentarismo británico, ha perdido su identidad hasta el punto de ser abandonado por sus propios líderes. El respaldo público del expresidente conservador a Reform UK no es un gesto aislado: es una señal de que el corazón del viejo sistema está siendo perforado desde dentro.

 

En Portugal, Chega ha pasado de “partido antisistema” a aspirante al poder nacional. Segunda fuerza con casi uno de cada cuatro votos, presencia consolidada en regiones claves, y una narrativa articulada que combina seguridad, soberanía, justicia fiscal y orgullo nacional.

 

Y en España, VOX emerge como el único partido con un relato político de largo alcance, que no teme enfrentarse al consenso globalista ni someterse a las reglas del turnismo. La encuesta publicada esta misma semana lo sitúa en el 18,9 %: es la expresión numérica de una certeza que muchos ya sienten en las calles, en las iglesias, en los campos y en los cuarteles. Algo está cambiando y es irreversible.

 

Del clivaje ideológico a la nueva topografía política


Lo más relevante no es que estos partidos crezcan. Lo más importante es que están redefiniendo el mapa político europeo. La disputa ya no es entre partidos, sino entre dos modelos de civilización: uno que cree en la patria, la familia y el orden; y otro que promueve fronteras abiertas, desarraigo cultural y atomización social.

 

Este nuevo eje soberanía–globalismo se manifiesta en todos los debates verdaderamente importantes del presente europeo. Se expresa en la lucha contra la inmigración masiva y la islamización del continente; en la defensa del campo, del trabajo digno y del pequeño propietario; en el rechazo frontal al adoctrinamiento escolar, a la censura progresista y a las nuevas formas de control social disfrazadas de consenso; y en la crítica firme a Bruselas, entendida cada vez más como un supragobierno ilegítimo que legisla contra los intereses reales de los pueblos.

 

La clave del éxito soberanista es que ha dotado de significado político a lo que las élites llamaban “temas culturales”. Allí donde los partidos tradicionales ven ruido, ellos ven identidad.

 

Patriotas por Europa: de coalición técnica a revolución continental


El nacimiento de Patriotas por Europa ha cristalizado este proceso. Lo que comenzó como una articulación parlamentaria ya se perfila como una vanguardia geopolítica con voluntad de poder. La figura de Viktor Orbán, lejos de ser periférica, actúa como catalizador ideológico. El apoyo de VOX, Chega, el PVV de Wilders, el SPD checo, y los aliados de Hungría, Francia Grecia entre otras latitudes, ha dado cuerpo a lo que muchos pensaban imposible: una internacional de naciones.

 

Este grupo no solo votará distinto en Bruselas. Quiere gobernar Europa desde otra lógica, con otros principios, otra ética, otra visión de la historia y del futuro. Sus miembros no piden permiso.


El fin de una era… y el principio de otra


Europa ya no se define por el consenso de Maastricht ni por el eje franco-alemán. Europa empieza a hablar con otros acentos: húngaro, portugués, checo, español. Y lo que dice no es moderado, no es tibio, no es tecnocrático. Dice cosas como: patria, orden, fe, familia, soberanía.

 

El bipartidismo, ese ritual vacío que ofrecía dos sabores de lo mismo, ha sido dinamitado. No está muriendo solo: está siendo derribado por millones de ciudadanos que abrieron los ojos.

 

Y ahora, sobre las ruinas del viejo sistema, se alzan nuevos partidos, nuevos líderes. Son los patriotas.

 

 

 

 

Fuente: CanalB

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