Por María Isabel León, educadora y empresaria
Publicado en Correo
En la dinámica social y política contemporánea es frecuente –y muy interesante, además– observar que quienes no acceden a ciertos espacios, beneficios o experiencias, terminan cuestionándolos con una severidad que rara vez resiste contraste o lógica racional. La crítica surge, en estos casos, no tanto del análisis y reflexión en sí mismos, sino desde la frustración del sentimiento de “exclusión”: un modo de recuperar, simbólicamente, lo que no se puede tener.
La lógica es simple: si no puedo entrar, descalifico el lugar. Si no fui invitado, denuncio el evento. Si no pude participar, lo tildo de elitista, vacío o irrelevante. Da igual el argumento que utilicen al final. Así, la carencia se disfraza de superioridad moral, y la crítica se vuelve una defensa del propio ego herido.
En contraste, quienes sí acceden o han accedido a esos espacios, suelen emitir una crítica más matizada y útil. Conocen desde dentro los aciertos y los límites; reconocen el valor de lo logrado y lo contrastan reflexivamente antes de proponer mejoras. Es decir, su juicio parte de la experiencia, no de la carencia. “Criticar no es demoler, es comprender para mejorar” decía Basadre. La diferencia es sustancial: mientras la primera crítica se alimenta de resentimiento, la segunda se nutre de conocimiento. Una nace del deseo de destruir para justificar la exclusión; la otra, del propósito de construir para mejorar lo compartido.
En una sociedad madura, no se descalifica lo que no se conoce ni se venera lo que se posee. Se analiza con distancia, se propone con rigor y se reconoce que acceder no invalida, así como no acceder tampoco otorga autoridad moral automática para desacreditar. La madurez pública —y también la personal— se mide por esa capacidad de criticar sin envidia y participar sin arrogancia. Y muchos se preguntarán a dónde apunta mi reflexión de esta columna y sí, claro que sí, apunta directamente a aquellos críticos de nuestra sociedad que acostumbran a intentar “demoler” todo aquello a lo que no pueden acceder, o todo aquello que no se moldea a sus propias creencias o expectativas personales, o todo aquello que no pueden, pero quisieran –qué duda cabe– poder controlar. Finalmente, cuando una mala persona no pueda controlarte a través de la crítica, tratara de controlar la forma en la que los demás te ven.
Fuente: CanalB
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