 
		Por Augusto Cáceres Viñas
Ante la creciente amenaza de la minería ilegal —por su poderoso componente económico y delictivo— que remueve y socava los cimientos del Estado de derecho mediante su infiltración en la política y la justicia, otras amenazas igualmente graves para la democracia y la libertad han quedado relegadas a un segundo plano en la atención pública. Sin embargo, permanecen latentes y representan un peligro real para la vida de todos los peruanos.
Una de ellas es el narcotráfico, ya no solo enquistado en el VRAEM, sino extendido hacia las zonas altoandinas de Amazonas y Loreto. Poco a poco, y de manera subrepticia, esta ilícita y corrosiva actividad se ha expandido en nuestra patria.
Los remanentes de Sendero Luminoso, asentados en el VRAEM y aliados con el narcotráfico —al que protegen y estimulan—, constituyen desde hace más de treinta y cinco años una de las principales amenazas contra la democracia, la libertad y el Estado de derecho en el Perú. Sus organismos de fachada —Movadef, Conare, Fenate, entre otros— sostienen el accionar urbano y rural del senderismo. Todos continúan la línea del llamado “Pensamiento Gonzalo”, hoy negado en público por muchos, pero aún añorado por senderistas presos, excarcelados, amnistiados o libres, que se han infiltrado silenciosamente en la vida política nacional.
Pedro Castillo fue una clara muestra del grado de infiltración senderista alcanzado en nuestro país. Admirador secreto de Abimael Guzmán, lloró en silencio su muerte durante días, mientras el cadáver del genocida permanecía en la morgue casi tres semanas esperando su destino final. Pero no solo Castillo: Vladimir Cerrón y buena parte de la cúpula de Perú Libre comparten una formación emocional y doctrinaria marcadamente senderista. No olvidemos que Guzmán fue un fiel marxista-leninista-maoísta. Su catecismo —la “lucha armada”, “la violencia como partera de la historia”, “el poder nace del fusil”— provenía del dogma comunista, al que él añadió su propio sello de fanatismo y delirio.
Sendero Luminoso sigue vivo en el VRAEM, con los mismos postulados de Abimael y de sus mentores ideológicos —Marx, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Castro, Guevara y otros—. En octubre de 2025, todavía dominan parte del territorio nacional, pequeña, sí, pero simbólicamente grave: allí están, con toda su nauseabunda presencia y acción.
Desnudo en su miseria ideológica, el decadente y sinuoso Pensamiento Gonzalo, reencarnado múltiples veces en Movadef, Conare, Perú Libre y Fenate, persiste en su propósito de infiltrarse en el sistema democrático para dinamitarlo desde dentro. En esa búsqueda encontró en Guillermo Bermejo a su heredero predilecto. El autor de las “pelotudeces democráticas” llegó al Congreso con una misión precisa: capturar el poder para destruir la democracia. Lo que no pudieron lograr Castillo ni Cerrón —el primero por inepto, el segundo por su torpeza y ambición— intentó hacerlo Bermejo con astucia.
Este último avanzó mucho. Supo agazaparse, burlarse de la justicia y, siguiendo un libreto premeditado, fundó su propio partido, Voces del Pueblo, inscrito oficialmente en 2024. Lo más revelador es que hace poco formó alianza con Nuevo Perú, el partido de Verónika Mendoza, exaliada de Castillo, que hoy postula a Vicente Alanoca.
La izquierda marxista peruana, representada en buena medida por estas agrupaciones, es una de las más primitivas y anacrónicas del mundo. Sus dirigentes y simpatizantes siguen idolatrando a Fidel Castro y a su dictadura, al régimen chavista y al impresentable Maduro, sin olvidar al tirano Ortega y su régimen totalitario. Ninguno de ellos se atreve a condenar con firmeza a estos dictadores ni a sus regímenes oprobiosos.
Desde antes de 2011 ya se conocían las probables relaciones de Bermejo con los senderistas del VRAEM, pero sus camaradas miraron hacia otro lado. Tras haber sido absuelto en 2015 —y nuevamente en 2018—, la Corte Suprema, ante la deficiente valoración de las pruebas, ordenó un nuevo juicio. Este culminó con una sentencia condenatoria de quince años de prisión.
Durante más de veinte años, Bermejo pasó de ser un don nadie, sin oficio ni beneficio, a convertirse en un agitador con poder político, implicado incluso en actos terroristas como el atentado contra la embajada de los Estados Unidos en 2010.
¿Por qué se le ha condenado a Guillermo Bermejo?
Por pertenecer a una organización terrorista.
¿Y cómo quedan quienes lo cobijaron y hoy son sus aliados políticos?
Sin duda alguna, moral y políticamente comprometidos con el terrorismo.
¿Por qué el terrorismo es tan sensible en el Perú?
Porque el terror desatado por Sendero Luminoso y el MRTA sembró muerte y destrucción durante casi quince años. Aquella violencia es la madre de la que hoy derivan la extorsión, el sicariato, el asesinato y la delincuencia que asola nuestra patria.
¿Por qué los marxistas peruanos —y sus tontos útiles— se indignan cuando se les llama terrucos?
Porque buscan evitar que se les asocie con Sendero Luminoso, aunque sus filas estén plagadas de simpatizantes, militantes o apologistas de aquel movimiento sangriento.
¿Puede un partido político aliarse con un terrorista como Bermejo?
Jamás. En el Perú, un verdadero demócrata no se juntaría ni concertaría con alguien que arrastre siquiera la sombra del terrorismo. Ser —o haber sido— terrorista es un estigma indeleble que convierte a quien lo porta en un paria democrático.
Bajo estas circunstancias, y ante la realidad del Perú de hoy, debemos reconocer que existen terroristas infiltrados en nuestra democracia. Nos corresponde desenmascararlos, señalarlos y aislarlos, para que ellos y su proyecto de destruir el sistema democrático nunca más encuentren cabida en el Perú.
El “terruqueo” palabra inventada por los marxistas y sus secuaces busca desacreditar a quienes advierten sobre el peligro persistente del terrorismo y su infiltración en el sistema democrático. Con esa etiqueta buscan desvirtuar toda acción orientada a recordar, señalar y combatir a los “terrucos” y sus intentos de destruir la democracia —ayer y hoy—, presentándola de manera peyorativa como si se tratara de una persecución injustificada.
Su propósito es claro: borrar la memoria histórica del Perú, hacer olvidar que nuestro país sufrió el azote de un terrorismo inmoral y asesino, y reemplazar esa verdad por la noción manipulada de un supuesto “conflicto armado interno”. Esa tergiversación busca equiparar moralmente a los terroristas de Sendero Luminoso con las Fuerzas Armadas, en un intento concertado y subliminal de reescribir la historia nacional.
El uso de la palabra “terruqueo” es, en realidad, el arma discursiva de los terroristas, sus acólitos y sus tontos útiles, empeñados en que el Perú olvide su tragedia reciente y actúe como si nada hubiese ocurrido.
Pero los peruanos, los verdaderos demócratas y patriotas, no podemos permitirlo.
Al terrorista —al terruco— hay que señalarlo siempre, duela a quien le duela y pese a quien le pese.
Porque a quien piensa y actúa como terrorista, jamás debemos dejar de desenmascararlo y combatirlo.
Y la memoria —como la libertad— no se negocia.
“Terrorismo Nunca Más”.
Fuente: CanalB
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