El psicólogo social Jonathan Haidt sostiene que la infancia de la generación Z ha experimentado una transformación profunda y perjudicial al pasar de estar centrada en el juego y la interacción presencial a una vida dominada por el teléfono móvil y las pantallas.
Esta “gran reconfiguración de la infancia”, como la denomina, habría provocado un incremento sostenido de problemas de salud mental en niños y adolescentes, fenómeno que describe como un auténtico “tsunami” de ansiedad, depresión, autolesiones y conductas suicidas.
Según Haidt, el punto de inflexión se produjo a partir de 2010, cuando el uso del smartphone se generalizó entre menores de edad sin una supervisión adecuada. A diferencia de los millennials, marcados principalmente por la expansión de internet, la generación Z habría crecido inmersa en un entorno digital permanente que altera sus patrones de sueño, atención, socialización y desarrollo emocional. Las cifras muestran que el porcentaje de jóvenes conectados casi constantemente se duplicó en pocos años, con efectos especialmente severos en la adolescencia.
El autor advierte que las redes sociales afectan de manera más intensa a las chicas, quienes utilizan con mayor frecuencia plataformas visuales como Instagram y TikTok. Estas redes amplifican la comparación social y facilitan la propagación de trastornos como la ansiedad, la depresión, la anorexia y la disforia de género. En paralelo, Haidt señala que los varones tampoco están exentos de riesgos, ya que el consumo intensivo de videojuegos, pornografía y entornos virtuales puede frenar su maduración social y emocional.
Haidt identifica cuatro daños principales que las redes y los smartphones generan en el cerebro juvenil: la privación social, la falta de sueño, la fragmentación de la atención y la adicción. Esta última, explica, funciona a través de descargas constantes de dopamina que no satisfacen y generan dependencia, con síntomas similares a los de otras adicciones. En este contexto, el móvil se convierte en un estímulo permanente que dificulta la concentración, el descanso y la construcción de vínculos reales.
Lejos de demonizar la tecnología, el psicólogo reconoce sus beneficios, pero insiste en que las experiencias virtuales no pueden sustituir a las vivencias presenciales durante la infancia y la adolescencia. Defiende el valor del juego libre, el contacto físico con otros niños y la exposición gradual al riesgo como elementos esenciales para desarrollar habilidades sociales, autonomía y resiliencia emocional. A su juicio, la sobreprotección en el mundo real combinada con la desprotección en el mundo digital ha resultado especialmente dañina.
Como respuesta, Haidt propone una serie de medidas concretas y coordinadas: no permitir smartphones antes de los 14 años, retrasar el acceso a redes sociales hasta los 16, prohibir los móviles durante toda la jornada escolar y fomentar mucho más el juego libre y la independencia infantil. Está convencido de que, si padres y centros educativos aplican estas pautas de forma conjunta, la salud mental de los adolescentes podría mejorar de manera significativa en un plazo relativamente corto.
Fuente: CanalB
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