Opinión

El día que la bioseguridad dejó de ser suficiente; por Manolo Fernández

Publicado el 21 de noviembre de 2025

Por Manolo Fernández, MV, MSC, PhD h.c.

 

Cómo los Virus Inmunosupresores Están Redefiniendo el Futuro de la Avicultura Global
 

En la avicultura moderna, la inmunosupresión viral representa uno de los desafíos más profundos y silenciosos, pues debilita las defensas naturales de las aves y anula la efectividad de los programas de vacunación, atacando directamente órganos y células responsables de la respuesta inmunitaria. Entre los virus más representativos se encuentra el causante de la Enfermedad Infecciosa de la Bolsa (IBDV), cuyo objetivo es la Bolsa de Fabricio, donde destruye masivamente los linfocitos B, dejando un vacío humoral que condena al ave a la vulnerabilidad total. El Virus de la Anemia Infecciosa Aviar (CAV) afecta el timo y la médula ósea, atrofiando el desarrollo de linfocitos T y glóbulos rojos, mientras que el Virus de Marek (MDV) ejerce una inmunosupresión profunda al transformar y destruir linfocitos T esenciales. Los reovirus inducen atrofia del timo y de la Bolsa de Fabricio, generando una inmunosupresión secundaria que agrava síndromes digestivos y articulares. Los adenovirus aviares (FAdV) pueden desencadenar brotes severos, especialmente cuando el ave ya está inmunosuprimida por Gumboro o CAV. Finalmente, el virus de la Laringotraqueitis Infecciosa (VLTI), mediante su glicoproteína G, impide el reclutamiento de células inmunes hacia las vías respiratorias al neutralizar quimioquinas esenciales. En conjunto, todos estos agentes debilitan a la parvada, aumentan la morbilidad y mortalidad, generan fallos vacunales y conducen a devastadoras pérdidas económicas.

 

Sin embargo, vivimos una época en la que la genómica, las ómicas y la epigenética han revelado que estos procesos no son simples ataques patológicos, sino manifestaciones de una guerra biológica profundamente sofisticada. Hoy sabemos que los virus inmunosupresores no solo destruyen células: también reprograman, silencian, sabotean señales y remodelan la inmunidad desde los cimientos. Cada órgano linfoide atrofiado, cada quimioquina secuestrada y cada linfocito anulado desencadena una cadena de consecuencias que trasciende lo biológico y afecta directamente el tejido económico de la industria avícola. En el nivel invisiblemente microscópico, donde un virus altera una proteína o un gen se expresa o se apaga, se decide si una empresa prospera o colapsa.

 

En este escenario, emerge una verdad incómoda: las vacunas genéricas —las tradicionales, incompletas, permeables o “universales”— han quedado obsoletas. Fueron diseñadas para un mundo en el que los virus eran más predecibles y menos diversos. Hoy sabemos que estas vacunas no bloquean la infección ni la replicación viral, creando un caldo de cultivo perfecto para que los virus muten, se recombinen y logren escapes inmunológicos cada vez más complejos. Estas vacunas, en lugar de detener al virus, muchas veces lo fortalecen indirectamente al generar una presión selectiva que lo obliga a evolucionar hacia variantes más resistentes. Así, el mundo avícola se encuentra inundado de variantes de IBDV, variantes de reovirus, adenovirus emergentes, Marek más agresivos y cepas inmunosupresoras impredecibles que desatan un caos silencioso incluso en países avanzados y con mejores protocolos de bioseguridad. La inmunosupresión se ha convertido en un enemigo invisible que actúa sin ruido, pero con consecuencias devastadoras: fallas inmunitarias, fallas vacunales, reducción de eficiencia productiva y un colapso gradual que muchas veces se detecta cuando ya es tarde.

 

En un planeta donde la industria avícola está saturada, con espacios de crianza limitados y una demanda creciente, el modelo sanitario basado en vacunas genéricas ya no es viable. La avicultura del siglo XXI exige precisión molecular. La única alternativa real, científica y sostenible son las vacunas homólogas, diseñadas específicamente a partir de la secuencia genética del virus que circula en cada región y en cada empresa. Una vacuna basada en secuenciación no solo ofrece protección clínica, sino que bloquea la replicación, detiene la transmisión y frena la evolución viral. En lugar de permitir que el virus aprenda a evadir la inmunidad, lo confronta con su copia exacta, cerrando puertas a la mutación y evitando el descontrol evolutivo que hoy se observa en todo el mundo.

 

Lo que estamos viviendo es la confirmación de una realidad biológica y filosófica profunda: lo invisible gobierna lo gigantesco. No es una granja, una empresa ni un país el que define su destino, sino el entendimiento —o la ignorancia— sobre los mecanismos moleculares que dirigen la vida y la enfermedad. Las empresas que comprendan esta nueva dimensión de la inmunosupresión viral, que adopten la genómica como brújula y las vacunas homólogas como herramienta central, serán las que sobrevivan en un mundo saturado de variantes y amenazas emergentes. Aquellas que insistan en modelos clásicos y en vacunas genéricas quedarán atrapadas en un ecosistema dominado por virus que evolucionan más rápido que sus decisiones.

 

Así, la inmunosupresión viral deja de ser solo un fenómeno veterinario para convertirse en una metáfora del mundo moderno, recordando que las fuerzas más pequeñas, invisibles y silenciosas son las que tienen el poder de definir el destino de industrias gigantescas. Y en esta batalla, solo vencerá quien entienda y respete el lenguaje molecular de la vida.

 

 

 

Fuente: CanalB

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