Opinión

Educación o infraestructura; por José Ignacio de Romaña

Publicado el 17 de noviembre de 2025

Por José Ignacio de Romaña

 

El jueves 13 de noviembre, tras participar en una ponencia sobre infraestructura ante un grupo de estudiantes de ingeniería del Colegio de Ingenieros de La Libertad, un joven en la audiencia lanzó una pregunta que apunta a un eslabón fundamental para construir la cadena del progreso del país, la educación :

 

“Si logramos romper el ciclo de la papa pobreza, anemia, movemos todo el país con el tren bioceánico, ponemos en marcha los trenes donados por California administramos un fondo soberano al estilo noruego, y además fortalecemos nuestra identidad hispano peruana, que ocurre primero con el Perú: ¿se convierte en un Hub logístico de nivel mundial?, o ¿por fin llegamos puntuales a nuestros compromisos?”

 

¿Qué viene primero, la educación o la infraestructura?

 

Respondí citando un artículo que escribí en 2019 titulado “Una joya llamada Perú”. Allí decía que, si el Perú fuese un automóvil, sería un Fórmula 1: una joya de ingeniería que lo tiene todo, excepto un buen piloto que la lleve al límite. Y esa imagen responde la pregunta.

 

De nada sirve tener la mejor infraestructura si no estamos preparados para recibirla, usarla y sacarle provecho.

 

La infraestructura es indispensable, sí, pero sin educación se convierte en un cascarón vacío. La educación, en cambio, es el cimiento: es lo que genera la demanda por infraestructura, la capacidad para operarla y el criterio para mantenerla.

 

En resumen: ambas son importantes, pueden avanzar en paralelo, pero la piedra angular de cualquier nación sólida es la educación.

 

En el caso de la construcción del puerto de Chancay. La infraestructura actuó como un “Caballo de Troya” positivo: abrió la puerta a inversiones complementarias en educación, salud y seguridad, sumando más de 800 millones de soles entre sector privado y gobierno. A veces la infraestructura arrastra el desarrollo; otras veces es la educación la que lo exige. Pero en el largo plazo, la educación es la que libera a los pueblos del sub desarrollo.

 

Esta reflexión se vuelve especialmente relevante hoy, cuando estamos a meses de un proceso electoral crucial.

 

Y no tenemos que mirar muy lejos para entender lo que está en juego y ver como la región esta reaccionando.

 

Argentina es el ejemplo más claro, después de estar sumida durante años en un asistencialismo que dopaba a la población con subsidios mientras asfixiaba la economía real, hoy intenta corregir el rumbo bajo un modelo libertario que busca restablecer sentido común económico.

 

Bolivia también se cansó de las colas, del desabastecimiento, del autoritarismo y de la corrupción, y votó por un giro hacia el libre mercado con Paz Zamora.

 

Ecuador reafirmó a Novoa porque entendió, a golpe de historia reciente, que hay caminos que sacan del atraso y otros que llevan directo al hambre ideologizado.

 

Chile acaba de darle un espaldarazo a la derecha metiendo en segunda vuelta a José Antonio Kast, representante del cambio que se ve en la región.

 

Venezuela, con las mayores reservas de petróleo del planeta, el Socialismo del Siglo XXI logró destruir PDVSA, quebrar el sector privado, hundir el PBI per cápita a niveles de hace 70 años y expulsar a más de 7,7 millones de personas. Un ejemplo extremo de cómo el estatismo descontrolado puede arrasar incluso con un país inmensamente rico.

 

La conclusión parece obvia: cuando el Estado se convierte en papá omnipresente , controlador, fiscalizador, asistencialista, termina destruyendo la productividad y la libertad que generan riqueza. Y cada vez más ciudadanos hispanoamericanos lo están entendiendo.

 

Lo mismo se observa en Norteamérica con la elección de Trump y en Europa, tras décadas de políticas públicas con aroma a socialismo, muchos países europeos miran el caso polaco: desde que en 1990 dejó atrás el comunismo, aplicó su “terapia de choque”, estabilizó su moneda y adoptó instituciones que protegen la propiedad y la competencia, su PBI per cápita se multiplicó por más de 14 veces.

 

Un resultado incuestionable del poder de la iniciativa privada y la disciplina fiscal.

 

Por todo esto insisto: la educación es fundamental.

 

Educación para reconocer errores propios y ajenos.

 

Educación para no caer nuevamente en ofertas fáciles que hipotecan el futuro.

 

Educación para valorar la libertad y la meritocracia.

 

Para entender que el individuo, y no el Estado paternalista, es quien realmente genera valor.

 

Que el emprendedor es el motor de la economía.

 

Y que no existe tal cosa como “dinero del Estado”: existe el dinero que producen las personas y las empresas.

 

La educación que forma criterio y capacidad de análisis, es la única forma de dejar de sufrir cada cinco años, y construir un país que avance con libertad, esfuerzo, continuidad y futuro, a través de un voto informado, a través de un voto educado orientado a casos de éxito y no del eterno fracaso socialista trampolín al sub desarrollo.

 

 

 

Fuente: CanalB

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