Fuente: EL REPORTE
Desde el día uno, la esencia del gobierno chotano ha sido el turbio secretismo. Así como la alternancia de un despacho informal en el Jr. Sarratea (Breña) y en su momento los encuentros en Palacio no transparentados de Pedro Castillo con Francisco Sagasti, también da fe de este postulado la presunta creación de un gabinete de las sombras. Entre los voceados de esta comitiva apendicular están Henry Shimabukuro y Cristina Boyd. El primero, empleado en teoría de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI), es hasta ahora el único que no ha podido esquivar la exhibición. Pescado en fotografías dentro de la sede del Ejecutivo y ahora conocido por ser asiduo tripulante del avión presidencial, su posición está en juego porque sería uno de los personajes con influencia directa en las decisiones del mandamás, quien ahora tiene siete investigaciones fiscales, familiares prófugos y con prisión preventiva, una tercera moción de vacancia en ciernes, y un largo etcétera.
Henry Shimabukuro apareció en la parrilla periodística por primera vez el 2016 cuando trabajó con los hermanos Kenji, Hiro y Sachi Fujimori. El ingeniero civil les construyó, por el supuesto valor de US$300.000, el controversial almacén Alinsa en el distrito de Villa El Salvador. La relación acabó con él denunciándolos por falta de pagos. No fue hasta inicios del presente año, 2022, que su nombre volvió a sonar, ahora incursionando en la supuesta consejería presidencial, en este caso para la aventurada gestión del presidente Pedro Castillo. Además de haber sido identificado en fotografías y videos en la casa de Pizarro, también trascendió su fuerte injerencia en las coordinaciones que se tejen desde la cámara principal del jefe de Estado. Esto último tuvo asidero al saberse que visitó el 4 de abril el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) en nombre del despacho presidencial.
Cuando la prensa le consultó el origen de estas licencias con el mandatario, mencionó que lo convocaron únicamente por su pericia en el campo de la Inteligencia preventiva y por tener contactos tanto en la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI) como en el Congreso. Pese a esto, el gobierno no ha dado una versión oficial y por distintos frentes se desliza que es solo un empleado de la DINI, lo cual se desdice con la inexistencia de una resolución que lo acredite.
Una de las primeras influencias conocidas de este personaje, como integrante del gabinete de las sombras, fue en la elección de Héctor Valer como primer ministro. Aunque la selección del congresista no caló por su historial violento y, en consecuencia, tuvo que dar un paso al costado, al menos se pudo dar mayor nitidez a la operatividad del jefe de Estado: hace más caso a estos asesores secretos que a su propio gabinete (varios mostraron su rechazo inmediato a la asunción de Valer).
Otra ocasión en la que también le habría susurrado al presidente lo que tenía que hacer fue el pasado 5 de abril. Bajo la premisa nunca corroborada de que Lima iba a ser sitiada por una marcha masiva (que habría sido parte de las proyecciones conspiranoicas del grupo secreto), habrían convencido al presidente de que aplaste el botón del estado de emergencia. La medida express se aprobó y se derogó el mismo día, lo cual dejaba entrever la indecisión del gobierno, respaldada por los entresijos con esta camarilla.
Ahora, se acaba de conocer los privilegios de los que gozaba Henry Shimabukuro. El ya denominado “asesor de las sombras” viajó hasta 25 veces (en marzo, junio, julio y agosto) al interior del país en aviones de la Fuerza Aérea Peruana (FAP). En 24 oportunidades lo hizo junto al mandatario. Un dato llamativo fue su viaje el 24 de junio, un día después de que lo hicieron este personaje aún desconocido “Lay Vásquez Castillo”, quien fue consignado en el viaje de Lima a Chiclayo con un DNI falso. Los lugares que ha visitado son: Ayacucho, Huaraz, Trujillo, Cajamarca, Piura, Jauja, Arequipa, Tarapoto, Chiclayo y Chimbote.
El papel de Shimabukuro en el entorno de Pedro Castillo alimenta la idea de que serían un binomio idéntico al de Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori, donde el primero, respectivamente, operaba bajo las sombras, desnaturalizaba el aparato público, mientras el segundo —también interesado en lo mismo— se prestaba para el papel popular, de dar un rostro de autoridad impoluta cuando en los entresijos sucedía todo lo contrario. Sin embargo, evidentemente, ni Pedro es Alberto, ni Henry es Vladimiro, pero la figura del príncipe tirano y el consejero inescrupuloso se reproduce en todos los gobiernos con historial negativo.
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Fuente: CanalB
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