Opinión

Remolacha o beterraga es el latido púrpura de la tierra que cuida el santuario de los órganos

Publicado el 17 de julio de 2025

Por Manolo Fernandez D. MV, MSC, PhD h.c.


Hay alimentos que alimentan el cuerpo, otros que nutren el alma. Pero hay unos pocos, como la remolacha, que parecen venir de un pacto secreto entre la tierra y la sangre, entre lo vegetal y lo vital.


La remolacha (Beta vulgaris) es una hortaliza rica en compuestos bioactivos que han demostrado tener beneficios potenciales para la salud renal, especialmente gracias a su contenido en antioxidantes, nitratos, y betalaínas.


Esta raíz de color púrpura intenso no solo es un fruto de la agricultura; es un símbolo vivo de la regeneración, una alquimia vegetal que pulsa al ritmo del corazón y fluye hacia el santuario de los órganos: el riñón.


Cada célula de la remolacha vibra con principios activos que parecen hablar un lenguaje antiguo de sanación:

 

 

  • Betalaínas (betacianinas y betaxantinas) que son pigmentos antioxidantes que no solo dan color, sino que protegen contra la oxidación celular. Son guerreros silenciosos que neutralizan radicales libres y resguardan la integridad de las membranas renales.
  • Nitratos naturales (NO₃⁻), precursores del óxido nítrico (NO), una molécula efímera pero poderosa que dilata los vasos, calma la presión, y mejora la perfusión renal, como una brisa fresca irrigando el desierto del estrés vascular.
  • Ácido fólico (vitamina B9), indispensable para la síntesis de ADN y para mantener bajo control la homocisteína, que en exceso daña el endotelio renal y cardiovascular.
  • Potasio (K⁺), electrolito vital que, con prudencia, regula la presión y modula la excreción urinaria. En la dosis justa, es tan necesario como el latido del corazón.
  • Magnesio, hierro, vitamina C y fibra soluble, todos en armonía, como una sinfonía que fortalece la sangre, regula el metabolismo y protege la nefrona, siendo la unidad sagrada del riñón.


El riñón no es solo un filtro. Es un alquimista escondido, un filósofo del equilibrio, que discierne qué se queda y qué se va, que decide lo útil y lo tóxico. Es el juez invisible de nuestra química interna. Y cuando el riñón se enferma, se debilita el arte del discernimiento corporal, se enmudece la música de la purificación.


Ahí entra la remolacha como una ofrenda de la naturaleza, como un mensajero de la fertilidad de la Pachamama. Al beber su jugo, es como si la tierra misma irrigara nuestros órganos, como si la savia vegetal quisiera recordarnos que el cuerpo es un templo y la alimentación, su liturgia.


En un mundo donde la hipertensión, la diabetes y los tóxicos silenciosos desgastan el tejido renal, la remolacha se alza como escudo natural. Sus antioxidantes reducen la inflamación crónica; sus nitratos mejoran el flujo de sangre hacia el riñón; sus compuestos fortalecen la arquitectura bioquímica de la filtración.


No es solo prevención. Es comunión. La remolacha no se limita a curar, transforma.


Transforma el entorno bioquímico en uno menos ácido, menos inflamado, menos oxidado. La remolacha no actúa, conversa con nuestras células.


La remolacha es un tónico natural poderoso, especialmente si se consume cruda o ligeramente cocida. Pero como todo remedio natural potente, debe usarse con sabiduría. Si tienes enfermedades renales crónicas avanzadas consultar a un médico si tienes historial de cálculos, puedes consumirla asociado a ingesta de magnesio.


Cuando consumes remolacha, no solo ingieres nutrientes. Bebes raíces, suelos, lluvias antiguas, minerales de estrellas deshechas y la intención silenciosa de la vida vegetal por sanarte. Especialmente el riñón —ese sabio oculto del cuerpo humano— encuentra en esta raíz un aliado para continuar tu sutil danza de purificación.


La remolacha no es solo alimento. Es medicina. Es mística. Es memoria de la tierra latiendo en tu interior.

 

 

 

 

Fuente: CanalB

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