Por María Isabel León, empresaria y expresidenta de la Confiep
Publicado en El Comercio
En el Perú ya no basta con exagerar: ahora hay quienes declaran desde fuera que vivimos en una “dictadura sin dictador”. La frase suena ingeniosa, pero es peligrosa. No describe una realidad; fabrica un relato. Pretende equiparar el desorden y la ineficiencia de nuestro sistema político con un régimen autoritario, como si la democracia peruana –débil, sí, pero viva– hubiera sido reemplazada por una maquinaria de control total. Nada más lejos de la verdad.
Confundir la concentración coyuntural de poder con una dictadura es un error conceptual y un abuso retórico. En una dictadura real se cancelan los derechos, se limita la libertad, se censura a la prensa, se persigue y se encarcela a los opositores y se manipulan los tribunales. En el Perú, por el contrario, lo que tenemos es un Estado fracturado, instituciones capturadas por intereses cruzados y una clase política que ha hecho del desgobierno su principal estrategia de supervivencia. No hay un dictador; hay una legión de muchos irresponsables disputando parcelas de poder, incluyendo la politización de la justicia.
El verdadero drama peruano no es la ausencia de democracia, sino su vaciamiento. La hemos reducido a una rutina sin contenido: elecciones sin liderazgos claros, discursos sin coherencia, personajes que no practican lo que pregonan , instituciones que generan desconfianza. Esa erosión paulatina –más letal que un verdadero golpe de Estado– nace de la falta de integridad, del cortoplacismo y del miedo a asumir responsabilidades.
Usar la palabra ‘dictadura’ para describir esta precariedad es banalizarla. Es ofender la memoria de quienes sí padecieron en el pasado verdaderos regímenes de represión y silencio. Lo que vivimos hoy no es una dictadura, no es una tiranía, es más bien una democracia enferma, carente de rumbo y de respeto por sí misma.
Restaurar el sentido de las palabras es el primer paso para recuperar la sensatez. Si seguimos llamando dictadura al desorden, terminaremos creyendo que el caos es inevitable y que la autoridad solo puede imponerse a la fuerza. Y esa sí sería la antesala de una dictadura de verdad, que todos lamentaríamos al final. Como dijo alguna vez nuestro premio Nobel Mario Vargas Llosa: “Inventamos las fricciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener, cuando apenas disponemos de una sola”. Luchemos hoy por nuestra democracia, dejando de ser silentes observadores, para pasar a la acción.
Fuente: CanalB
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