Opinión

¡Los peruanos nunca se rinden!; por Augusto Cáceres Viñas

Publicado el 06 de junio de 2025

Por Augusto Cáceres Viñas


Cuando en 1536 el legendario Cahuide defendió la fortaleza de Sacsayhuamán durante días y, como un león, se inmoló en uno de sus torreones, dejó en claro que el Imperio del Tahuantinsuyo —germen y génesis del Perú— no se rendiría. La lucha contra el invasor extranjero continuó con extraordinaria fiereza y valentía hasta 1572, con la muerte de Túpac Amaru I. A los españoles les tomó cuarenta largos años conquistar por completo el imperio. Cahuide fue un peruano que nunca se rindió.


El gran José Santos Atahualpa, prócer de nuestra independencia, organizó y lideró la primera gran rebelión independentista en 1742, hace casi 300 años, autoproclamándose Apu Inca. Llegó a dominar gran parte de la selva peruana, venció a los españoles en múltiples escaramuzas y gobernó durante catorce años en esos parajes. Nunca fue vencido ni capturado. Murió, probablemente, en 1756. José Santos Atahualpa nunca se rindió.


Casi cuarenta años después, el nieto del último Inca, José Gabriel Condorcanqui —Túpac Amaru II—, encabezó la más importante rebelión independentista, encendiendo en 1780 la llama de la libertad en el Perú. Vencedor en la batalla de Sangarará, fue luego capturado y ajusticiado cruelmente por los españoles, pero sin haberse rendido jamás. Su lucha avivó la llama de la independencia total del Perú y América. Túpac Amaru II jamás se rindió.


Con ellos: Mariano Melgar, María Parado de Bellido, José Olaya, Francisco de Zela y miles de peruanos que les sucedieron, tampoco se rindieron.


Tan solo 35 años después de consolidarse como república, el Perú fue amenazado de desaparecer por la ambición chilena. Los invasores quisieron borrar a nuestra nación del mapa. Nuestros héroes comprendieron bien aquella oscura intención. Don Francisco Bolognesi Cervantes, lo entendía con claridad. El destino, Dios y la patria lo situaron en Arica en el aciago año de 1880. Su misión era impedir que el enemigo destruyera el alma, el espíritu y la fuerza del Perú. Luego de su epopeya, sacrificio e inmolación —como Leónidas en las Termópilas—, los chilenos jamás podrían doblegarnos, y menos aún destruirnos.


En junio de 1880, en su mente y corazón vibraban la fuerza de Cahuide, el coraje de Santos Atahualpa, la determinación de Túpac Amaru II y el sacrificio de los próceres de la independencia.


“Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta el último aliento de mi vida.”


Ese fue el mensaje que Bolognesi recibió de nuestro glorioso pasado, y es el mismo mensaje que él nos transmite cada 7 de junio desde hace 145 años, sin cesar ni descanso.


Porque ese es el verdadero significado del 7 de junio: que los peruanos jamás debemos rendirnos ante ninguna circunstancia ni adversidad. Que, en lugar de amilanarnos, nos agigantemos. Que, con nuestro coraje, transformemos toda dificultad en una gran oportunidad. Que nada ni nadie podrá doblegarnos. Que un peruano, jamás se rinde.


Este mensaje está en el aire que respiramos. Lo escucharon, junto con Bolognesi, Grau y Cáceres. Luego lo siguieron Ponce, Quiñones, y los héroes —conocidos y anónimos— que vencieron en la guerra de 1941, en el Cenepa, en la derrota del terrorismo y en la lucha actual contra la delincuencia y la criminalidad.


Juremos ante nuestra bandera y sagrado bicolor, que lo defenderemos cada día de nuestras vidas: siendo honestos e íntegros, buenos hijos y mejores padres, trabajando con esfuerzo y lealtad donde nos encontremos, dando ejemplo con nuestros principios y valores.
Y con todo ello, intentemos, por encima de todo, ser buenas personas.


Si lo logramos, estaremos escuchando el eco aprobatorio de Bolognesi y de todos aquellos que, antes y después de él, lo sacrificaron todo —incluso la vida— por la patria.


Y si aún no lo estamos haciendo, este es el momento para detenernos un instante, corregir el rumbo y empezar a seguirlo.


Nunca es tarde, porque un peruano jamas  se rinde.

 

 

 

 

Fuente: CanalB

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