Por Augusto Cáceres Viñas
En la historia de las naciones existen personajes que marcan un antes y un después. Hombres que sacuden y consolidan los cimientos de sus pueblos, y que sobresalen por encima de todos los demás.
Marco Aurelio y César Augusto en Roma.
Otto von Bismarck en la Europa del siglo XIX.
Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt en los Estados Unidos.
Winston Churchill en la Gran Bretaña del siglo XX.
Son, entre otros, figuras referenciales. A ellos acuden los pueblos en busca de inspiración y modelo en tiempos de desconcierto. Por la sabiduría con la que gobernaron, la lucidez de sus acciones, la fortaleza de su espíritu y la grandeza moral que encarnaron, nos siguen ayudando —siglos después— a reencontrar el rumbo hacia el bien común, la justicia, la prosperidad y el desarrollo.
En el Perú, nación milenaria y majestuosa, están Pachacútec y Ramón Castilla como los grandes referentes de todos los tiempos.
El primero, constructor del Tahuantinsuyo.
El segundo, el verdadero fundador de la República peruana.
Treinta años después de la independencia, tras décadas de anarquía, fue Castilla quien dio forma institucional a la República, dotándola de leyes, caminos, ejército, marina, hacienda pública, ciudadanía y justicia social. Su legado, aún hoy, 158 años después de su muerte, sigue vigente. Porque todo lo verdaderamente republicano en el Perú tiene su origen en él.
Este 30 de mayo —aniversario de su muerte— y cada 31 de agosto —día de su nacimiento— deberían ser fechas patrias oficiales. Son fechas para conmemorar, reflexionar y recordar. No como una nostalgia, sino como un imperativo: retomar el ejemplo de quien sí supo gobernar con decencia, visión y firmeza.
Castilla no improvisó. En 1848 inició la transformación institucional más importante que ha vivido el Perú desde su independencia. Durante sus 12 años efectivos de gobierno, consolidó las bases del Estado moderno. Y, aunque ese proceso fue lamentablemente desvirtuado poco después por la torpeza de Mariano Ignacio Prado —uno de los responsables del posterior desastre frente a Chile—, su obra quedó grabada en los cimientos de nuestra historia.
Muerte de un patriota
Ramón Castilla y Marquesado, ya enfermo y con 69 años —una edad avanzada para la época— regresaba del exilio impuesto por Prado. Cruzaba el desierto de Tarapacá, entonces aún peruano, liderando una sublevación para restaurar la legalidad. En la pampa del Tamarugal, cerca de la hacienda de Tiviliche, cayó de su caballo. Mientras lo auxiliaban, pronunció su última súplica:
“Señor, dame un mes más para hacer la felicidad de mi pueblo… no, dame solo un día.”
Y murió. Así, en plena lucha, cayó el hombre que construyó la República.
El Perú de Castilla: potencia continental
Durante sus gobiernos, el Perú fue la primera potencia sudamericana.
La influencia peruana se hacía sentir desde México hasta el Río de la Plata. Pero ese prestigio internacional fue consecuencia directa de sus extraordinarias reformas internas.
Las obras estructurales de Castilla
Plano Político e Institucional
Plano Social
Plano Militar
Plano Económico y Financiero
Infraestructura, Transporte y Comunicaciones
Castilla: el gran referente
Todo lo esencial del Perú republicano comenzó con Castilla.
Nadie después lo ha podido emular ni superar.
Fue él quien unió al Perú: física, política y moralmente.
Hoy, mientras muchos peruanos buscan modelos en el extranjero —imitando a Bukele, Milei o Trump— resulta doloroso ver que ninguno de los más de 40 precandidatos presidenciales mencione siquiera a Castilla. Dudo que muchos de ellos sepan quién fue o lo que hizo por esta patria.
Por eso, es urgente recuperar su figura y su ejemplo. Que cada día, hasta el 28 de julio de 2026, los medios de comunicación dediquen cinco minutos de TV, una página de diario, o un segmento en redes sociales para difundir una obra suya. Solo una al día. Porque hay cientos. Y porque él sí supo cómo construir el Perú.
Fue atacado por la prensa, tuvo opositores feroces, y jamás se amilanó. No vociferaba. No insultaba. No culpaba a todos. No empuñaba una motosierra. Era sereno, decidido, íntegro.
Provinciano. Mestizo. Austero. Honesto. Como tú, como yo, como el pueblo.
Pero con un amor inmenso por esta tierra. Un amor que lo llevó a luchar hasta el último día de su vida por la grandeza del Perú.
Por eso, Ramón Castilla no es solo el mejor presidente del Perú.
Es nuestro gran referente histórico, moral y político.
Y debería ser también, hoy más que nunca, nuestro candidato simbólico para el 2026.
Porque el Perú aún necesita terminar de construirse.
Y nadie, nadie, ha dejado planos tan claros, cimientos tan firmes y ejemplo tan luminoso como Don Ramón.
¡Castilla Presidente!
Fuente: CanalB
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